Nuestra galería se enriquece en el descubrimiento de un artista al que tenemos el orgullo de presentar. Un creador consumado cuya dilatada trayectoria ha permanecido ajena al mundo del arte: Carlos Greus.
Artista de gran hondura intelectual, magnífico conocedor de su elemento en los órdenes teórico y técnico, atesora una obra realmente fascinante, una colección estruendosa en su silencio, apabullante por su transmisión, que toca profundamente el alma de quien tiene la oportunidad de contemplarla.
Su uso magistral del color, al que considera luz, su entendimiento oriental de la perspectiva, el equilibrio entre tensión, armonía y peso, que confiere dinamismo visual a la obra, la coherencia de la composición, y la musicalidad subyacente en el juego de veladuras y transparencias, son algunos de los argumentos que hacen irresistible su obra, argumentos que han utilizado grandes maestros de la pintura, tanto clásicos como modernos, para imprimir seducción a sus creaciones.
Esto es pintura, pero existe, es real, es verídica. Incluso a veces más verídica que la propia realidad. Cualquiera de las partes del cuadro puede ser suelo. No existe la ley de la gravedad lo que permite una libertad muchísimo mayor. Puedo ir hacia adentro, en cualquier dirección del cuadro, apoyando cosas. Las nubes están apoyadas, fíjate, en este lado. Están pegadas a un sitio que no es el cielo. Es un espacio. Yo trabajo fundamentalmente en paisajes. Los cuadros son mapas.Todos los cuadros son mapas, son territorios. Antes, fíjate, el paisaje no se contemplaba en Europa. No existía. Solo en los fondos y no se les daba importancia. Pues en mí, el paisaje es todo. Da igual que sea plano, como mapa, o que sea como fondo, con espacio, tridimensional, digamos.
Nacido en Madrid, en 1952, licenciado en Bellas Artes, especialmente dotado para la creación, tanto musical como plástica, se inició pictóricamente en el campo de la ilustración, trabajando en revistas (Playboy) y editoriales (Planeta), en Barcelona, años 78 y 79. Precisando un mundo más profesionalizado, marchó aInglaterra, Londres, donde se alojó en una casita que había habitado la pintora Dorothy Bart. Allí cosechó un gran éxito, sus trabajos alcanzaron elevadas cotizaciones y llegó a ser incluido en la influyente revista IllustrationEuropean como uno de los grandes de Europa. Debido a su carencia de permiso de trabajo (España aún no estaba en la Comunidad Europea), en 1981 regresó a Madrid donde continuó ilustrando para empresas de Inglaterra y Suecia a la par que para otras españolas como la revista Blanco y Negro y discográficas, como Pulidor, firma para la que creó 60 portadas. Debido a su carácter introvertido, permanentemente necesitado de paz interior, decidió alejarse y aceptó un trabajo de dos años como profesor de arte para el Cabildo Insular de las Palmas, una etapa maravillosa y tranquila, en la que comienza a pintar. A su regreso a Madrid retoma esa actividad y se dedica exclusivamente a ella, viviendo de las ventas directas en su estudio y manteniéndose alejado de las galerías y de la comunidad del arte.
Estamos ante un verdadero maestro, una personalidad genial. Su estudio, primorosamente ordenado, todo lo contrario al de su admirado Francis Bacon en el 7 de Reece Mews, rebosa de infinidad de pinceles y tubos de pinturas de altísima calidad, importados en su mayoría, que conviven con un festín de obras cuidadosamente envueltas y agrupadas. Obras con las que se podría componer una exposición a ojos cerrados, eligiéndolas envueltas y en lote, pues descubras la que descubras, sea cual sea su fecha o tamaño, será una obra cautivadora, deslumbrante, de una perfección increíble y fascinante.
Carlos Greus, artista secreto, refugiado del ruido por propia voluntad en su casa-estudio de Madrid, entregado a sus dos pasiones, la música, es un guitarrista excepcional y un compositor prolífico, y la pintura, cuyo legado de alrededor de mil obras es un patrimonio que ha de llegar a las instituciones, a las colecciones publicas y particulares, a los enamorados del arte, a los que enriquecen su espíritu con la contemplación asombrada de una obra, a los que tienen la suerte de saber apreciar y paladear el delicioso manjar de la creación artística.