Daniel Salorio es un valor diferencial en el mundo del arte. Escultor de lo natural, captura la belleza y la esencia del reino vegetal, combina hojas, texturas y formas botánicas para crear obras únicas e irrepetibles, representaciones figurativas o abstractas con las que eleva la naturaleza a un nivel superior al integrarla como materia prima de sus creaciones.
Difícilmente encuadrable en estilos o corrientes artísticas, su obra, si acaso, sintoniza con la de artistas como Andy Goldsworthy y Richard Long, de la corriente Land Art de la década de 1960, o con instalaciones de arte efímero hechas con hojas y ramas, las cuales nacen para morir y descomponerse, al contrario que las de Daniel que, a pesar de su aparente fragilidad, al ser materia seca de ciclo concluido y estar protegidas en una urna, se conservan perfectamente al paso del tiempo.
En su cuarta exposición en esta sala, la primera tuvo lugar hace diez años, tras la que realizó en el Jardín Botánico visitada por más de 40.000 personas, el artista nos muestra la consecuencia espiritual y plástica de un reciente viaje a Bolivia, viaje que realizó junto a su mujer, Amaya de Toledo, periodista y autora del texto que alumbra la exposición:
"Dejando atrás el calor de la Ciudad de Santa Cruz, subiendo por la estrecha carretera que recorre los Andes bolivianos, Amboró se aparece como una burbuja de niebla en un paisaje de cimas montañosas. Un parque con tres regiones biológicas, bosques húmedos de la Amazonía, bosques y pampas de los Andes y los chaparrales secos del Chaco.
Para un artista que trabaja con material botánico, encontrarse con esta diversidad de flora y fauna es un despertar en su imaginario. Es nutrirse de las culturas ancestrales precolombinas que veneraban una naturaleza que representaba una deidad en sí misma.
La cosmovisión animista contiene tanto el mundo observado, o físico, como el mundo no observado o espiritual, fuerza vital que permea todo el universo. El Sol (Inti), la luna (mama Quilla), Señora de la Tierra (Pachamama), Señora de los frutos y plantas (Mama Sara), el puma (Kay Pacha), el Cóndor (kuntur), ave sagrada que sobrevuela imponente en toda esta región andina.
La naturaleza está cargada de sacralidad, todo en ella se valora y como tal debe ser respetada como benefactora.
Pasan los días en el valle del pueblo de Samaipata (en quechua, lugar de reposo entre montañas), cantan los Wasu que son los pájaros mensajeros de los dioses. Daniel acumula hojas de helechos milenarios, hojas de fucsia boliviana, de yagruma, semillas sonoras del árbol del flamboyán, raices, palos...
En gran parte de estos despojos naturales ya ha visto formas, se ha imaginado rostros, colas, alas, totems votivas.
A partir de ahí comenzará la sofisticada creación de una imagen, de lo aparentemente real; insuflando a las formas inertes rasgos de las vivas, dotándolas de seducción.
Es la naturaleza, ánima de Daniel Salorio, una interpretación de sus emociones y encuentros."
Con su exclusiva forma de sentir y de crear, nuestro escultor, cada vez más sintético y abstracto, no solo celebra la belleza natural y transmite su poesía, también invita a explorar temas más profundos como la conexión entre el ser humano y el entorno, la sostenibilidad y la importancia de preservar el medio que nos da la vida.
Su mirada, cargada de amor, nos enseña a ver, a valorar y disfrutar la naturaleza, a descubrir detalles que nos pasan inadvertidos en nuestro desapercibido discurrir cotidiano, a rescatar formas abocadas a la desaparición, restos de maravillas vegetales, despojos a los que inculca un alma y un inexplicable hálito de emotividad.
Las esculturas de Daniel Salorio, impregnadas de encanto y corazón, aportan aire fresco a los interiores de viviendas urbanas y, sobre todo, sintonizan con el entorno en casas rurales y segundas residencias veraniegas.
Presentes en numerosas colecciones españolas y extranjeras, son inmediatamente reconocibles, sinceramente admiradas, apasionadamente celebradas.