“Alteridades no son formas abstractas como vacío del alma, como pérdida de lo concreto, como si fuera una desintegración del tema, principal argumento de la obra de arte. Es más bien una multiplicación de algo ya pintado, de algo ya sabido en el correlato del discurso pictórico.” En este mantra que estimula a nuestro artista la multiplicidad de imágenes del otro son visiones múltiples del yo.
Juanma Sánchez (Alcalá de Henares 1956) no dibuja escenarios tangibles ni concretos, ni tan siquiera parece que dibuje, no parece desear expresar nada, ninguna idea, ningún gesto; compone y crea. “El arte no es una búsqueda de la verdad, ni siquiera una búsqueda. A veces involuntariamente se descubren hallazgos plásticos en donde la pureza de la pintura se convierte en simulacro. Lo cual es en sí mismo positivo, pues reactiva el placer del hecho pictórico.
Crear es desear lo que no se puede concretar, lo que jamás conseguiremos definir pero que los afines entienden como algo que les toca de cerca, que no saben explicar hasta que alguien lo hace por primera vez… ”
De Juanma Sánchez sorprende la solidez, su entusiasmo sin entusiasmo, su pasión callada y no sólo insinuada. Su madurez creativa en la magnífica revelación que supone su serie abstracta, donde líneas y planos de color danzan, se entrecruzan y se mueven como si de un acto sensual se tratara; donde los objetos dejan de serlo para formar parte de una misma lectura de color y de ritmo; donde confluye una integración de lo sensible y sensitivo del arte sumado a lo racional de la ciencia y el número.
Su uso de formas geométricas simples, combinadas de manera subjetiva para instaurar espacios irreales, es una reacción a lo emocional. Un diálogo escueto entre escasos colores emparentados por sus armonías tonales, formas sencillas y planas, trazos mínimos, todo ello flotando en espacios uniformes, blancos, grises, componiendo una realidad espiritual ante la que el espectador necesita hacer un esfuerzo de aprehensión o simplemente un acto de entrega, de dejarse ir y nadar en el intelecto de la obra. Cada cuadro es un homenaje a un color.
“Si ver pintura ayuda a verse a uno mismo en su representación, hacer pintura es quizá un viaje por el conocimiento profundo del yo. Uno como pintor está perdido siempre porque siempre está solo frente a la catástrofe de su equilibrio mental. Se necesitan muchas reglas, pautas, trasiegos, idas y venidas en el complicado tránsito de la existencia como artista. Quizá la pintura hace subrayar más que nada la difícil frontera entre elocuencia y narrativa. Se habla con la pintura como también se pinta con la palabra.
En mis cuadros aprendo que no todo está dicho y que las mil y una maneras de resolver un cuadro se superponen como ladrillos en un tipo de arquitectura ideal que nos hace habitable su contemplación estética.
La pintura no muere, solo agoniza cuando el que la contempla no sabe responder a sus estímulos; no es fácil tampoco entresacar los hilvanes de su discurso ni dilucidar sus diferentes planos de comprensión. A pesar de todo ello, la pintura se dice a sí misma, es una ególatra, no hay nadie que la sepa explicar mejor que ella misma con su silencio.
Cuando se le fuerza o se le ignora se vuelve más hermética. Al fin y al cabo todo arte en su alteridad es tan hermético como un jeroglífico egipcio, como la musicalidad de la aurora o el rítmico misterio de las mareas.”