Vi el Mar de Omán, el Arábigo, el de Burma, el de Bengala, el Rojo, el de Bohai, el de Sulú, el Amarillo y también el Mar de Java, el del Japón, el de Flores, el de China Meridional y el Océano Índico. Luego, varado, terminé mis mares en el estudio con sal y arena que guardaba en los bolsillos. Compré papel de arroz de Xuan y procuré no perder nunca la línea del horizonte, como me enseñaron en el Cantábrico.
La diferencia de los mares no está solo en sus nombres, si acaso, más en su luz, vientos, mareas, en su disposición a la calma o su tendencia a arrebatarse en violentos oleajes, en su forma de mecer los barcos y llevarlos a su destino…sean cuales sean, son uno solo, inabarcable e inquieto, un océano matriarcal orillado a una línea intuida, a una raya sin trazo.
La exposición de Manuel V. Alonso es un encuentro plástico y metafísico a través de ese espacio único, paisajes que corresponden a coordenadas precisas, que parecen insistir en expresar la unicidad de las extensiones saladas, que las infinitas olas se abrazan al cielo, caliginoso o despejado, en un mismo e inexacto horizonte.
El mar devora sin concesiones la mirada del artista. Recurrente en sus papeles y lienzos quizá porque interpreta su constante flujo y reflujo como una metáfora de la existencia: momentos de calma seguidos de períodos turbulentos, la naturaleza efímera y cambiante, nuestro discurrir temporal, el misterio de la vida y de la muerte. O quizá porque necesite entender las formas de la Nada y el mar parezca corresponder a esta idea universal que antecede a lo perecedero.
En esta serie de marinas monocromáticas el pintor pone en escena la poesía de su santuario interno, concebido a partir del legado artístico del romanticismo, el expresionismo abstracto y el minimalismo. Sus marinas de amplia perspectiva, cuidadosamente trabajadas bajo una apariencia de simplicidad, compuestas en dos estratos, nos presentan un paisaje oceánico, sumergido en un sueño ilusorio, como un entorno distante que evoca el encuentro emotivo de lo completo y lo inalcanzable. Con reminiscencias de los horizontes espectrales que podemos ver en Mark Rothko, Cy Twombly, Hiroshi Sugimoto o Gerard Richter, envuelve nuestros ojos en un inmenso campo visual, evocando una experiencia sensorial del infinito e interiorizando lo sublime.
Manuel V. Alonso representa el mar en tres niveles de significado: como alegoría del tiempo y el espacio; como metáfora poética; y como mezcla de narrativas. Combinando papel, lápiz, escritura, pintura y forma, describe el proceso extendido de cambio en una unidad espaciotemporal al unir expresión individual y cultura. Para él, el paisaje no es un registro objetivo, sino una expresión subjetiva, como aprendió en el arte de Extremo Oriente. Ya sea si describe un contenido figurativo o una imagen abstracta, el motivo y el proceso de su expresión implica una relación binaria entre memoria e imaginación, experiencia y sentimiento, contemplación y meditación.
Artista de metodología poderosa, cautiva por su empleo sensorial de los materiales: papel, cuerda, cartón, lápiz, acrílico, cal, grafito, tinta y aguada en las formas; su suave manejo de las proporciones en la composición; la esencialidad del blanco y negro para resaltar forma y textura del paisaje marino sin distracciones cromáticas. El negro que contiene todos los colores y el blanco, color del paso implacable del tiempo. Así puede enfocarse en capturar la intensidad de la luz, las sombras y las líneas, lo que destaca la esencia y la estructura del mar de una manera más indeterminada. La claridad y la oscuridad en el uso de la tinta; la libertad y la rigidez en imperiosa plenitud. Sus obras irradian disfrute estético por la simplicidad de texturas, arrugas, vetas, abstracción y realidad, movimiento y quietud.
Nacido en Madrid, Manuel V. Alonso se crió en la costa del País Vasco. Apasionado por el arte, en su juventud visitó estudios de artistas españoles y holandeses reconocidos por su sensibilidad hacia la luz. Los casi cuatro años que pasó en la Academia de Bellas Artes Stichting de Vrije en La Haya le depararon sólidos conocimientos en dibujo, composición y teoría contemporánea. Se entrenó como artista figurativo durante casi catorce años, aprendiendo del surrealismo y familiarizándose con el óleo y la madera, el acrílico, la acuarela y la técnica de acabados en témpera del renacimiento flamenco y holandés. Experimentado viajero alrededor de todo el mundo admite ser poroso a las influencias externas, abierto a explorar lo que denomina sedimentos de las experiencias vitales. Un viaje a Kioto hace treinta años le abrió los ojos y le inculcó a cuestionarse una manera alternativa de mirar, pensar y de crear, sin dejar de ser europeo. Desde entonces quedó varado en esa manera de ver la naturaleza.
Disfrutemos pues la evocación que nuestro artista nos sugiere, la experiencia de contemplar estas obras cargadas de argumentos existenciales y espirituales, dejándonos llevar a través de la belleza de ese espacio visual y simbólico que es el mar, este mar suyo, hacia las estancias más enriquecedoras y profundas de la vida.