La vida escribe su diario en esa explanada epidérmica que James Mathison,(Caracas, 1966), crea y recrea en cada una de sus esculturas.
En sus manos, la piel es una cáscara de nuez, un cacho de bronce o de resina, que esconde en su interior el misterio de un alma. Una fachada que delimita por igual cada pensamiento y cada víscera, la manifestación inequívoca de la condición humana.
Mathison se mira en el espejo de sus obras buscando su verdad. Cada una de las arrugas, marcas, hoyos o cicatrices que imprime a sus relieves es la huella de un recuerdo o de una idea, de una interpelación en un lugar y en un tiempo, una seña identitaria poderosa y axiomática.
Sus morfologías de cuerpo entero a contrapposto, las cabezas tapizadas de mensajes, los brazos y las manos esparciendo pureza sobre la tiniebla del desconocimiento, nos ofrecen un arrecife de seguridad donde sentirnos referidos y ciertos. Ante su luminosa entidad, en su majestuosa presencia, que nos presentan lo humano con elocuente sinceridad, nos preguntamos precisamente por lo humano, lo que nos define. Y, sea lo que sea, creemos tenerlo ante nosotros, inmortalmente despojado de cualquier aditamento, desnudo, impreso en una mente, en un rostro, en unos ojos cerrados.Sólo hay que saber verlo, quererlo ver.
A Mathison no le basta un dios creador sino que él mismo se construye y se rehace, se necesita en esa ubicuidad, en ese bosque de cuerpos que son sólo uno y es él. Que somos todos. Su obra es un diálogo entre el hombre y el tiempo, no se esconde tras modelos o abstracciones, usa su propia fisonomía como campo de experimentación.
Los fragmentos de textos, las cuadrículas y las tramas, las oquedades, el variado repertorio de significantes, son los posos que deja sobre él y sobre nosotros el fluir dela existencia, nuestro paso por los días. Sus sujetos se nos presentan pensativos y distantes, como entregados a una mirada interior, todos iguales y todos diferentes.
“Homo mensura”, repitiendo titular de una gran exposición del artista que tuvo lugar en Caracas en 2012, se edifica sobre la frase de Protágoras de Abdera “el hombre es la medida de todas las cosas”, reconocimiento a sus referentes en la escultura helena cuya visión antropocéntrica del mundo se expresó en la figura humana y el desnudo.
Su obra, que ha sido expuesta individualmente en Salzburgo (Austria), Paris (Francia),Miami, Huston y Chicago (Estados Unidos) y Caracas y Valencia (Venezuela), llega por primera vez a Madrid.
Piezas de su mano han sido adquiridas por colecciones privadas tan relevantescomo el Museo Ambiental Parque Los Caobos de Caracas, Shell Venezuela ColecciónPermanente Caracas, Fundación Museos Nacionales- Museo de Arte Contemporáneode Caracas, y Museum of Latinoamerican Art (MoLA) de Los Ángeles, USA.